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Por un día acompañamos a las personas en situación de calle a través del circuito de los comedores solidarios. Aprendimos de su vida y del rechazo que, a su vez, generan en ciudades como Santiago donde ya no quieren más carpas en veredas y plazas.

Por Leonardo Nuñez

Todavía no es mediodía y ya hay más de 100 “sin techos” –como se llama a las personas que viven en la calle–, haciendo cola a un costado de la Iglesia y Convento de la Recoleta Franciscana. Los largos muros del templo caen como pesadas sombras sobre el pavimento, prolongando el frío de julio en este sector ubicado cerca de la Vega Central.

Nadie se mueve para no perder el puesto. Llegar temprano es clave para no quedarse sin comida. “Si llegas atrasado te quedas debajo de la mesa”, nos explican en la cola.

Por décadas, a un costado de este Monumento Nacional, abría para los “más pobres entre los pobres” el comedor solidario Fray Andresito. Hoy, sus largos mesones ya no reciben a sus comensales.  “El comedor cerró durante la pandemia, pero seguimos dando almuerzos”, nos cuenta uno de los hermanos franciscanos.  Las colaciones ahora se reparten en envases de plumavit a mujeres, adultos mayores y personas jóvenes. Muchos de ellos con distintos tipos de problemas psicosociales o simplemente destrozados por el alcoholismo o las viejas y nuevas drogas.

La espera y el hambre se sienten. Las tripas, literalmente, suenan a esta hora. Pero aún no aparecen los almuerzos.  “Habrá pasado algo”, se preguntan en la cola. Las puertas no se abren. De pronto, el desorden. Todo se desarma y los que estaban en la fila ahora están corriendo hacia una pequeña camioneta blanca de carga que se estacionó un par de metros más allá.

“Llegaron los porotos”, avisa un hombre a medio afeitar. Se trata de los almuerzos de Vladimir Lampas, miembro de la Congregación Schoenstatt, que trae desde la Parroquia Santa Gema, en Ñuñoa. Y apareció en el momento justo. Ya que era evidente que las colaciones de Fray Andresito no iban a alcanzar para todos.

“Yo llegué a Chile hace 40 años desde Estados Unidos. Me enamoré de una chilena y me quedé”, cuenta Lampas. Hace 10 años que realiza esta acción solidaria. Con 12 voluntarias, empiezan a cocinar los almuerzos a las 8:00 am para salir a repartirlos por Santiago, en Recoleta, Mapocho y Avenida Matta, en distintos comedores solidarios o puntos de entrega de comida, cerca de cuarteles de Bomberos.

“Antes también íbamos a la Alameda, pero sacaron a las personas de la calle. Estamos buscando más voluntarios. Yo he llegado aquí con 200 colaciones y se me van en media hora. Y tengo al menos 50 personas más esperando. Hoy son momentos muy difíciles. Se ve mucho consumo de alcohol y de drogas más fuertes. Impacta ver mujeres también en este consumo. Hay más necesidad y muchos más extranjeros”, cuenta Vladimir Lampas.

Morir en la calle

Según el Registro Social de Hogares, son al menos 21 mil habitantes que viven en situación de calle a lo largo del país. Los cupos en albergues llegan a los 6 mil entre camas permanentes y transitorias. Entre 2020 y 2024 se ha registrado la muerte 364 personas en esta condición, y al menos 51 han sido por hipotermia.

Ya repartidos los almuerzos, los que no alcanzaron las porciones, vuelven a la cola. Y Vladimir Lampas debe dar explicaciones. Un inspector municipal le dice que es hora de ordenar la repartición de comida. “Hay reclamos, porque queda todo sucio, se ocupa el lugar como baño y hay muchos problemas”, señala la autoridad. Vladimir dice que lamentablemente, como el comedor ya no abre, no queda más que repartir los alimentos de esta forma. Más tarde, el padre de la Iglesia de la Recoleta Franciscana nos explica que aún no se puede reabrir el comedor Fray Andresito y que no sabe cuándo se hará. Pero que no pueden dejar de dar colaciones. La gente de la calle depende de la “Ruta de la Cuchara”.

Así es como los “sin techo”, las iglesias y las fundaciones y voluntarios llaman al circuito de los comedores solidarios que existente en Santiago y que funcionan a lo largo del día. “Ron Cheno”, un joven de no más de 35 años, que ya no recuerda hace cuanto que vive en la calle, nos cuenta que él se mueve por tres comunas a lo largo de la “Ruta de la Cuchara”.

En las mañanas desayuna en un comedor solidario de Providencia (comedor Emilia Gamelin). Luego se va a almorzar a Fray Andresito o al comedor Fraterno San Antonio de Padua, de los Hermanos Capuchinos, en calle Catedral. Mientras hace “la ruta” aprovecha de vender pulseras artesanales y   ponerse al día con sus amigos. Ellos le pusieron el apodo por su afición al ron, nos cuenta el Cheno.

Una pareja mayor se nos acerca. Cuentan que están enfermos, por eso no pueden estar en la casa. “Preferimos irnos para no molestar”. Diego, un cuidador de un estacionamiento de auto cerca de Fray Andresito, nos explica que muchas personas se van de las casas por sus problemas con las drogas.

Por la noche, la repartición de comida se traslada a la Asistencia Pública, en calle Portugal, o algunos “sin techo” se mueven hasta Avenida Matta, dónde aún hay iglesias con comedores solidarios. Se ve de todo a esa hora. Personas con moretones, enfermos, algunos con heridas abiertas. El estrago de la droga es notorio.

“La cosa se pone más peligrosa en la noche. Yo prefiero guardarme”, nos advierte Ron Cheno.

Si desea ser parte de los comedores solidarios, puede llamar a los siguientes números:
Comedor Fray Andresito: 232356470 (conventorecoletafranciscana@gmail.com).
Parroquia San Gema: +56 2 2973 3951.

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