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“El Dieciocho” se ha vivido de muchas formas a lo largo de nuestra historia, incluso de antes de nuestra Independencia se remonta la tradición de concurrir a lugares a festejar con otros compatriotas.

Por Leonardo Núñez

La tradición de concurrir a fondas se remonta al siglo XVI. Claro que en esa época los nombres y motivaciones de compartir  con otros compatriotas tenían distintos nombres. En el portal de la Biblioteca Nacional de Chile se puede rastrear su origen. 

Las fondas nacieron en el siglo XVI, cuando Chile comenzaba el período colonial. Eran fiestas arraigadas en las comunidades rurales. Se volvieron populares, extendiéndose  a los grandes centros urbanos.

En esa época eran conocidos como “chinganas” y “ramada”, para marcar diferencias con otros centros de eventos donde se realizaban festividades. Las “chinganas” eran administradas por mujeres de corte popular, alejadas de las élites.

Pero ya tenían las características que perduran hasta hoy. En estos espacios de reunión la música, el canto en vivo y los bailes eran parte de las celebraciones.

Ya con la República en marcha, “se produjo un proceso espontáneo de apropiación de esta fiesta por parte de la clase dirigente, pues percibió la fuerza social que había tras esta costumbre popular y lo conveniente que resultaba para inculcar sentimientos de adhesión a la nación chilena”, indican los archivos de la Biblioteca Nacional.

En los primeros años de la Independencia, s celebraciones relacionadas con lo que hoy conocemos como Fiestas Patrias duraban días y se festejaban tres veces al año: 12 de febrero, 5 de abril, y  18 de septiembre. Con el paso de las décadas, esto fue cambiando, por motivos políticos y sociales, salvo la tradición de tomar chicha.

Finalmente, bajo el Mandato del Presidente José Joaquín Prieto (1831 a 1841),  se reunieron todas las festividades en una sola. Y, a partir de 1915,  con la ley N°2977, se consolidó el 18 de septiembre como Conmemoración de la Independencia Nacional y el día 19 como Celebración de las Glorias del Ejército.

La viajera inglesa María Graham registró cómo eran las “fiestas de la primavera” de 1822 en su Diario de mi residencia en Chile. En esos tiempos, las ramadas consistían en instalaciones levantadas con palos, paja, ramas de árbol para recibir a los parroquianos. 

“(Parecían) gozar extraordinariamente en haraganear, comer buñuelos fritos en aceite y beber diversas clases de licores, especialmente chicha, al son de una música bastante agradable de arpa, guitarra, tamborín y triángulo, que acompañan las mujeres con canciones amorosas y patrióticas. Los músicos se instalan en carros, techados generalmente con caña o paja, y tocan sus instrumentos para atraer compradores a las mesas cubiertas de tortas y licores”.

El historiador Gabriel Salazar, en su libro “Labradores, peones y proletarios” relata que hacia 1840 existían tres tipos de chinganas. La primera era la fonda, cuyos clientes provenían de las ciudades; la segunda era la chingana como tal, cuyos clientes eran suburbanos; y la tercera, la ramada, de carácter transitorio. Y, según el historiador Eugenio Pereira Salas, las chinganas eran urbanas, mientras que las ramadas eran propias del mundo rural.

En lo que todos concuerdan, sin embargo, es que sí hay algo que no ha cambiado: la tradición por tomar chicha.

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