Cada año, cuando se abren las puertas de palacios, iglesias y edificios gubernamentales en el Día de los Patrimonios, se repite un gesto que mezcla celebración y olvido. Se produce la dualidad de intentar acercar la historia a la ciudadanía, pero el patrimonio no es un catálogo de postales ni un inventario de piedras ilustres: es un registro histórico de disputas representadas en el espacio materialmente construido.