Durante años el centro histórico de Santiago ha experimentado una disminución de competitividad frente a otras áreas de la ciudad. Comercios emblemáticos como la tienda de París en Alameda y servicios privados, como las oficinas corporativas del Banco Santander, han abandonado el centro o se han ido trasladando al oriente de la ciudad. El resultado: crecientes tasas de vacancia en oficinas y comercios, con la presencia del sector público y residentes locales como último bastión de actividad.