Durante años, las mejores herramientas para proteger y hacer crecer el capital estuvieron reservadas a quienes contaban con grandes patrimonios: fondos de inversión privados, productos complejos o cuentas bancarias en el exterior. Frente a ese escenario, la alternativa, muchas veces, era dejar el dinero quieto, guardado en cuentas corrientes sin interés o incluso “debajo del colchón”, perdiendo valor día a día.