Tomás Trewhela, académico de la UAI y doctor en mecánica, recalca que “desastres de este tipo pueden no sólo ser prevenidos sino que también evitados”. Pero que en Chile no se han considerado a tiempo los efectos del Cambio Climático en el diseño de infraestructura y viviendas.
Por Leonardo Nuñez
A horas de que un nuevo sistema frontal se deje sentir con fuerza en la zona central del país, cunde la preocupación en Reñaca, Viña del Mar, por el socavón que afecta a los residentes del edificio Euromarina II. El hundimiento que apareció al costado de una torre del complejo el último fin de semana, obligó a realizar la evacuación preventiva de 110 departamentos que estaban ocupados en los 21 pisos del inmueble.
La nueva emergencia en la zona ha provocado una serie de cuestionamientos a antiguas y nuevas autoridades de distintos organismos. Un informe elaborado en septiembre de 2023 advertía severos problemas generados en un colector de aguas lluvias que atraviesa el edificio. Además, hubo un oficio, de abril de este año, en el cual la alcaldesa de Viña del Mar, Macarena Ripamonti, expuso al Servicio de Vivienda y Urbanización un inminente “colapso del colector y cámara de alcantarillado”. Sin embargo, no hubo una alerta pública sobre la gravedad del riesgo, indica el portal Ex–Ante.
La propia Ripamonti informó que lo “lo más probable es que se dicte un decreto de inhabitabilidad”. Eso, porque esta emergencia es más crítica que la producida previamente, cuando ocurrieron los socavones en el mismo sector en los edificios Kandinsky y Miramar. El socavón del Euromarina II “atraviesa el edificio, no es que lo rodee, está por debajo (…) es más crítico que lo que vimos antes”, señaló. Por ahora, toda la información que se levante, agregó, será enviada a la Dirección de Obras Municipales para tomar una decisión en esa línea.
Pero la pregunta que se hacen mucho expertos va más allá de este situación coyuntural. ¿Por qué, siendo un país sísmico que ha tomado tantos resguardos para construir infraestructura urbana y habitacional, hemos sido tan laxos a la hora de habitar el borde costero?
“Hay que recordar que en el pasado, el campo dunar de la Punta de Concón era considerado Santuario de la Naturaleza, por lo cual estaba protegido por ley. Esta situación cambió a mediados de la década de los 90, en donde el área protegida disminuyó de 45 a 12 hectáreas. Este cambio fue el que permitió la proliferación de proyectos inmobiliarios con un crecimiento inorgánico. Estos problemas no existirían si es que los edificios no hubiesen sido construidos. El campo dunar de Concón es un ecosistema único y de gran fragilidad, por lo cual cualquier intervención pone en riesgo su estabilidad, lo que queda demostrado con los socavones producidos en el último año”, señala Felipe Vicencio, investigador de la Facultad Ingeniería, Arquitectura y Diseño de la Universidad San Sebastián.
Cristian Araya-Cornejo, docente de Geografía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado, añade que a partir del primer socavón que ocurrió el año pasado, era esperable que ocurriera en otros lados: “El origen de estos eventos que generan movimiento en masa y que afectan zonas construidas en duna o paleoduna, son cañerías o colectores de aguas y lluvias. En general es infraestructura que conduce el agua desde otras zonas más altas hacia zonas bajas y si no son bien diseñados y o si se conectan más particulares u otros colectores más pequeños para los cuales no estaban diseñados, estos pueden colapsar”.
Tomás Trewhela, doctor en mecánica y académico de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de UAI, en tanto, recalca que “los desastres de este tipo no son naturales”. Y agrega: “Pueden no sólo ser prevenidos sino que también evitados. A grandes rasgos diría que la ingeniería en Chile no consideró a tiempo los efectos del Cambio Climático en el diseño de infraestructura y viviendas. Esto pudo evitar algunos de los desastres que hemos evidenciado en los últimos años con las lluvias intensas. Eso no quita que tampoco es posible reconstruir todo ante el escenario actual, por lo que la prevención en el monitoreo o mantención de las estructuras existentes es clave y tampoco se ha hecho como se debe”.
En ese sentido, indica a “El Diario Inmobiliario” que “es fácil apuntar a exigir normas más rígidas pero estas son siempre reactivas—basta recordar el cambio en la norma Nch 433 post terremoto 2010—y requieren estudios que toman tiempo. Entonces el rol viene más de la ingeniería y el sector público en buscar realizar mejores estudios y diseños, más acorde a las nuevas solicitaciones y con fines más resilientes y sustentables que económicos”.
Sobre si estos socavones con riesgo para las familias se pudieron haber evitado impidiendo la construcción en las dunas y cerca del borde costero, Tomás Trewhela sostiene que a la luz de los eventos recientes, es un poco de “perogrullo” decir que se pudo evitar impidiendo la construcción: “Hay que recordar que Viña del Mar entero está construido en el borde costero. Si bien en Viña no hay riesgo de socavones, sabemos hoy que hay riesgos asociados con tsunamis que de ocurrir podríamos plantear la misma pregunta ex-post. Por lo tanto, quizás la respuesta debiese ir orientada en qué vamos a hacer para mejorar nuestra resiliencia ante estos eventos. Y esto requerirá replantearse algunos paradigmas con los que hemos desarrollado la construcción en estos sectores y otros, con edificios menos ambiciosos, que soliciten menos el borde costero y con infraestructura mejor preparada y mantenida”.
La norma actual (Decreto 89) indica como Zona de Protección Costera los primeros 80 metros medidos desde la línea de playa, que es la línea de la marea alta. Además, modificó el Decreto 47 de 1992 estableciendo 20 metros de faja no edificable.
“Esto parece lógico y claro, sin embargo estas condiciones cambian. El borde costero está sujeto a constantes cambios morfológicos. Hoy muchas zonas del litoral que gozaban de playas anchas se han visto deprimidas por la falta de sedimentos disponibles, provenientes de ríos o esteros cercanos que hoy fluyen con menos caudal, si es que no están secos. Naturalmente estos cambios modifican la faja y construcciones que estaban en norma, ya no lo están. Entonces más allá del decreto, lo importante es ver cuáles son los riesgos asociados a estos cambios. Por lo tanto, la confección de normas muy específicas tampoco cumple el objetivo de prevenir desastres. Hay que recordar que una norma tiene por objetivo estandarizar, regular. ¿Qué pasa entonces si aquello que busca regular no lo es?”, pregunta Trewhela.
Los académicos consultados también llamaron a sacar lecciones de estas señales que nos está enviado la propia naturaleza ante la falta de criterio de habitar zonas que, en algún momento, como ocurre ahora, podrían presentar situaciones de riesgo antes de que deriven en una tragedia.
“En general es necesario dejar una franja libre de 80 metros desde la línea de la más alta marea. Existen algunas excepciones como puertos, muelles y construcciones que impulsen el desarrollo económico. Sin embargo, el problema de los socavones no se genera por tener construcciones cercanas al borde costero, sino más bien la construcción en la duna misma”, opina Felipe Vicencio.
“En mi opinión primero vale la pena reevaluar los paradigmas con que estamos construyendo viviendas y el propósito o necesidad que estas viviendas tienen. Probablemente este tipo de eventos son advertencias para construir de manera más sostenible—con mayor adaptabilidad a eventos naturales— teniendo parques inundables, franjas de interacción (buffer zones), construcciones bajas con menor densidad”, sostiene Trewhela.
“Esto puede traducirse en menor carga a zonas saturadas que actualmente están sobre exigiendo infraestructura existente. También hay un negligencia en la mantención de viviendas e infraestructura existente. Las tasas de reemplazo de materiales están superando con creces la vida útil de colectores, calles y otro tipo de obras, esto debe ser más dinámico o proactivo y acorde al dinamismo que vemos en los eventos. Por último y en concreto para evitar nuevos socavones, se debiese evaluar la implementación de pozos de monitoreo y extracción de agua para disminuir el nivel de saturación de la arena en zonas sensibles, además de establecer las mencionadas franjas de interacción”, concluye.
“Evidentemente la gente no sabe lo que está pasando debajo de sus pies y eso es muy peligroso. ¿Ahora bien, ¿qué hicimos mal? Hay vastas zonas que están construidas sobre arena y donde haya colectores o colectores de agua lluvia evidentemente puede ocurrir nuevamente estas emergencia. Esto es un problema no solo privado, es público porque la gran parte de los colectores, los más importantes, son estatales. El SERVIU también toma decisiones respecto de colectores secundarios o para la conducción de aguas lluvias que provienen de proyectos inmobiliarios. Y la municipalidad que también permite la construcción según el Plan Regulador sobre este tipo de terrenos que son muy peligrosos”, indica Cristian Araya.
Felipe Vicencio es más tajante aún: “Deben existir ciertos lugares en los que, por su condición única y de gran fragilidad, no pueda ser posible la construcción de grandes proyectos inmobiliarios”.
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