
Por: Loreto Lyon, decana de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño USS.
En la actualidad, la seguridad ha pasado a ser la principal prioridad al momento de habitar la ciudad. Así lo confirma la reciente encuesta Chile Nos Habla: Vivienda, elaborada por la Universidad San Sebastián en conjunto con Studio Público, donde un 80% de los encuestados señala que la seguridad es el factor más determinante para decidir dónde vivir, por sobre aspectos como el costo de vida o la conectividad.
Este resultado refleja un cambio profundo en las expectativas ciudadanas. Las personas ya no buscan solo una buena ubicación o un arriendo accesible. Están dispuestas a pagar más o incluso vivir más lejos si eso significa sentirse tranquilas. Pero la seguridad no se reduce a estadísticas delictuales. Se experimenta —y se construye— desde el entorno inmediato: calles bien iluminadas, veredas activas, plazas con vida, barrios que invitan al encuentro y no al encierro.
Esta transformación en las prioridades urbanas nos obliga a repensar el modelo de desarrollo urbano. La ciudad del futuro no puede seguir basada únicamente en la eficiencia o la densificación sin criterio. Debe centrarse en el bienestar integral de quienes la habitan. Y en esa ecuación, la percepción de seguridad es clave. Sin ella, se pierde la confianza, se debilita el tejido social y se rompen los vínculos que hacen ciudad.
El riesgo de no actuar es evidente: seguiremos viendo cómo se consolidan “barrios blindados” con altos estándares y precios crecientes, mientras otras zonas quedan estancadas, invisibilizadas y estigmatizadas. En ese escenario, el urbanismo ya no puede ser visto solo como un ejercicio técnico o estético, sino como una herramienta de cohesión social e integración territorial.
Desde la academia, tenemos el deber de formar profesionales capaces de leer este nuevo mapa emocional de la ciudad, de incorporar la percepción ciudadana en sus proyectos y de colaborar con municipios y actores privados, para generar espacios públicos seguros, integradores y con sentido. La Ley de Aportes al Espacio Público puede ser una oportunidad en esa dirección, siempre que vaya acompañada de carteras de proyectos pertinentes y validadas socialmente.
Redibujar la ciudad desde la experiencia humana es hoy una tarea urgente. Solo así la seguridad podrá dejar de ser una barrera y transformarse en una cualidad compartida y cotidiana para todos.