
Por: Cristián Martínez, fundador de Crece Inmobiliario, Ingeniero Comercial, Magister en Administración de Empresas de IEDE y Master de Administración de Empresas en la Universidad de LLeida.
Los primeros siete meses de esta segunda vuelta a la presidencia de Donald Trump, han marcado un punto de inflexión que está redefiniendo las reglas del juego para inversionistas internacionales, particularmente para nosotros los latinoamericanos.
El caso de los inversionistas chilenos es un ejemplo de todo esto. Durante 2022, Chile representaba aproximadamente el 6% del mercado latino en Miami, con inversiones cercanas a los $400 millones de dólares. Hoy, esa cifra se ha reducido a la mitad: aproximadamente $200 millones, alcanzando solo un 4% del mercado extranjero total. Esta caída del 50% no refleja una pérdida de interés en el mercado estadounidense, sino más bien una estabilización postcrisis en Chile y mostrando mejor las complejidades del proceso de los inversionistas.
No es ajeno que esta disminución temporal ha coincidido con un endurecimiento en las políticas de visas estadounidenses, lo que ha impactado a aquellos inversionistas que veían en la propiedad inmobiliaria una puerta de entrada para un eventual cambio de residencia. No obstante, quienes invierten puramente por rendimiento financiero mantienen su interés intacto.
El 64% de los compradores latinoamericanos adquieren propiedades con fines de inversión (alquiler o reventa futura), confirmando el estatus de Miami como un centro atractivo para la generación de ingresos pasivos. Esta cifra muestra que estamos ante un mercado que ha madurado, donde prima la racionalidad financiera sobre las decisiones emocionales.
En lo que respecta a las tasas de interés, estas se mantienen más altas que hace cuatro años, lo que ha obligado a los inversionistas a ser más selectivos y estratégicos. Sin embargo, Miami muestra un crecimiento estable del 2,5%, lo que indica que el mercado ha encontrado su equilibrio postcrisis sanitaria.
La administración Trump ha implementado órdenes ejecutivas destinadas a reducir los costos de vivienda y acelerar el desarrollo de infraestructura digital, medidas que van más allá de sus objetivos inmediatos y están creando un ambiente favorable para inversiones a mediano y largo plazo.
Lo que más me llama la atención es la desmitificación del mercado inmobiliario estadounidense que hemos presenciado. La idea de que invertir en Estados Unidos era exclusivo para “súper ricos” ha quedado obsoleta y hoy vemos cómo mediante la constitución de sociedades y el acceso a financiamiento local, han democratizado las oportunidades, permitiendo que inversionistas con capital más modesto, ya sea individualmente o a través de partnerships, puedan participar activamente.
El cinturón del sol, particularmente Miami, continúa presentando algunas de las mayores plusvalías del país, con incrementos de sobre 10% anual en los 10 años, respondiendo a una demanda sostenida que combina factores climáticos, fiscales y ahora, políticos favorables.
La realidad es que el mercado inmobiliario estadounidense bajo esta nueva administración de Trump no solo ha cambiado, sino que se ha profesionalizado para el inversionista internacional. Quienes sepan navegar estas nuevas aguas encontrarán oportunidades que parecían impensables hace apenas unos años.