“Antes se podía ganar $1.200.000 al mes, ahora con suerte pagan 750 mil”, cuenta un maestro carpintero de 33 años, que trabaja en el rubro desde que era adolescente.
Por Leonardo Nuñez
“No hay pega. De un día para otro se pararon todas las construcciones de edificios en Valdivia. Se estaban levantando varios proyectos de vivienda por la llegada de personas desde el norte a nuestra ciudad, que ofrece alta calidad de vida, pero ya no se encuentra trabajo”.
A Nicolás Ojeda (46 años, padre de una hija aún en escuela básica) le ha pegado fuerte las crisis que hoy vive el sector del desarrollo inmobiliario. Cuenta a nuestro medio que nunca, en los 20 años como jornalero o administrativo en el rubro, le había faltado trabajo: “Hubo años complicados, pero no como ahora. Todos mis amigos que trabajaban en la construcción están cesantes”.
Historias como las de Ojeda abundan en la faena, ese lugar donde a punta de martillazos y mezcla, se da forma a los edificios y casas. La construcción vive la peor crisis de su historia. Hasta mayo, sumando los últimos nueve años, 1.122 empresas constructoras habían solicitado su liquidación, según datos de la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento (organismo que depende del Ministerio de Economía). Solo en 2023, 137 firmas habían quebrado.
Entre enero y junio de este año, en tanto, se recibieron 62 solicitudes de liquidación de compañías relacionadas al rubro, las cuales, además de constructoras e inmobiliarias, considera a proveedores.
Bajo estos números está el factor humano. Los puestos ligados a proyectos de inversión en construcción cerrarían el año con una baja de 25%. La caída es frente a los 99.173 trabajadores de enero de 2024, según reporte de la CBC que analizó la mano de obra requerida entre 2024-2028.
“En la construcción he hecho de todo”, agrega Nicolás Ojeda. “He trabajado de jornal, de carpintero, como soldador, en bodega, registrado asistencia y en inventario. Pero hoy no encuentro nada”. Tiró la esponja y hoy está postulando al sector marítimo. El cambio de rubro le resultó inevitable.
“Quiero embarcarme. Ofrecen turnos de 14/14. 14 días en el mar y 14 en tierra, eso me permitiría trabajar en otras actividades cuando no esté en un buque”, señala. Es un cambio radical, reconoce. Pero por su hija, está dispuesto a hacerlo.
Felipe Núñez (33 años, padre de una bebé de 1 año y 10 meses), cuenta que se las ha ingeniado para no quedar sin trabajo”. Pero hay algo contra lo que no puede hacer nada: la caída de los salarios en el rubro, la otra cara de la crisis. Ante tanto cesante y la la falta de inversión en nuevos proyectos, los sueldos ya no son lo que eran antes del estallido social.
“Trabajo desde los 15 años en la construcción. Soy maestro carpintero y puedo ejecutar cualquier tipo de obra con esta especialidad. Con el gobierno de Piñera, la construcción era abundante. Había harta pega. Y los sueldos de un maestro como yo, eran de 1 millón 200 mil pesos. Ahora llegan con suerte a los 750 mil”, cuenta Felipe.
Por lo mismo, debió reinventarse. “Ahora soy independiente y trabajo por proyectos. Armé una pyme y genero pega. Pero tenemos que hacer de todo; escaleras, instalamos cerámicas, hacemos moldajes, quinchos, radieres, muros, baños, lo que sea con tal de mantenernos activos”, señala.
Antes de volver al trabajo, Felipe nos cuenta que le sorprende el brusco cambio que hubo en la faena: “De 10 obras que hay en Santiago donde vas a dejar el currículum, quizás te llaman de una. Y todos los días hay gente que me pregunta por datos de trabajo, como ven que yo no estoy parado. Pero no hay. No tengo capacidad ni recursos para ofrecer más puestos. Un amigo que instalaba ventanas en los edificios, ahora trabaja de conserje nocturno, porque no encontró más pega en eso”.