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15 abril, 2023 /

Ciudades pequeñas e inteligentes

Maximiliano Rebolledo

Abogado especializado en asuntos tecnológicos – Legal Counsel en Huawei

Una “Smart City” o “Ciudad Inteligente” es aquella ciudad/pueblo/comunidad que utiliza el potencial de las tecnologías y de las telecomunicaciones para promover de manera eficiente y sustentable el desarrollo de sus recursos y servicios.

Cuando hablamos de “Smart Cities”, intuitivamente pensamos en las principales “capitales mundiales” como Toronto, Seúl, Tokio, Hong Kong o Nueva York. Las grandes urbes suelen concentrar la inversión tecnológica, las grandes corporaciones “Tech” y en general son las principales beneficiarias de la inversión pública en innovación.

Por otra parte, existe una concepción arraigada en el colectivo imaginario, de que los ciudadanos de ciudades grandes están más abiertos y familiarizados con las nuevas tendencias y con la modernidad en general. Sin embargo, la masificación y democratización tecnológica que ha traído la “era digital” (o cuarta revolución industrial) invita al menos a “re – pensar” ese paradigma.

Las ciudades pequeñas (2.000 hab. – 50.000 hab.) y medianas (50.000 hab.- 1.000.000 hab.), pueden perfectamente competir y tomar un rol activo en la nueva era del mundo digital. El potencial de estas ciudades en materia tecnológica es enorme, pero no se ha explorado lo suficiente. A nivel de Estados tenemos un ejemplo muy virtuoso de un país pequeño como Estonia (1.300.000 hab.) que es considerado el “país más digital del mundo” (99% de los trámites gubernamentales se hacen online).

Primero, este tipo de ciudades produce un volumen de datos mucho más manejable que sus pares “mayores”. Por lo que los procesos de inteligencia y automatización -que se nutren con datos- podrían ser bastante menos complejos de implementar. En la misma línea, contar con universos más pequeños de datos y de personas es más ventajoso para ensayar distintos tipos de políticas públicas e innovaciones tecnológicas. Esto porque los “proyectos inteligentes” pueden ser más sencillos de testear y su administración menos compleja de gobernar.

Además, contar con bases de datos más reducidas propicia que puedan existir sistemas independientes y descentralizados, reduciendo así los riesgos de ser afectados por ataques de ciberseguridad masivos. En segundo lugar, en una ciudad pequeña se pueden identificar con más claridad los problemas que se quieran solucionar con la automatización o aplicación de inteligencia.

Por lo tanto, las políticas públicas digitales podrían ser mucho más focalizadas y efectivas (por ejemplo: ahorro de agua inteligente en un determinado sector o aplicación de inteligencia artificial para detectar incendios forestales en otro).

En definitiva, si las ciudades pequeñas o medianas se atreven y se convierten en ciudades inteligentes podrían transformarse en verdaderos “polos de desarrollo tecnológico”. Esto contribuiría a la descentralización atrayendo talentos e inversión tecnológica. Por ejemplo, en materia de empleos sería una verdadera revolución, ya que este tipo de ciudades empujaría necesariamente el fortalecimiento de las habilidades informáticas y digitales de sus ciudadanos. Lo anterior podría ser un punto clave de cara a los inminentes -y devastadores- efectos que la automatización laboral.

Otra externalidad positiva sería el ahorro de tiempo y mejoramiento de calidad de vida con la implementación de los E-servicios públicos mucho más eficientes. Por cierto que este camino no estará exento de desafíos, requerirá de inversión pública, de alianzas públicas-privadas y del empoderamiento político y económico de los gobiernos locales.

Por otro lado, será necesaria la especialización de las universidades regionales en temas tecnológicos y el fortalecimiento de la educación pública, en el proceso de alfabetización digital de la población. Desde luego este proceso revolucionario deberá, también, ser impulsado por una normativa robusta a nivel central con incentivos que propicien el desarrollo tecnológico descentralizado, tanto a nivel humano como de infraestructura.

En conclusión, las ciudades pequeñas e inteligentes tienen todo el potencial para posicionarse como actores protagónicos en las nuevas estructuras que la nueva era demandará, contribuyendo a re-pensar un mundo más equitativo, descentralizado y sustentable.

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