
Por: Cristián Martínez, fundador de Crece Inmobiliario, Ingeniero Comercial, Magister en Administración de Empresas de IEDE y Master de Administración de Empresas en la Universidad de LLeida.
En el Chile actual hemos experimentado un cambio de paradigma brutal respecto al mercado de arriendo, donde ya no es solo una solución temporal ante la imposibilidad de compra, sino que se ha transformado en una opción de vida para muchos. Los números no mienten y mientras en el 2000 solo un 16% optaba por esta modalidad, hoy es un 27%, o sea, aproximadamente dos millones de grupos familiares que eligen vivir en propiedades arrendadas.
Este fenómeno ocurre por tres pilares fundamentales que han venido reconfigurando el panorama del mercado inmobiliario, en torno a esta situación: factor económico, el etario y las nuevas tendencias habitacionales.
Partamos por el principio. El aspecto económico sigue siendo uno de los más determinantes, en un Chile donde es cada vez más complejo poder transformarse en un propietario. El déficit habitacional de casi un millón de viviendas frente a una oferta anual de apenas 100.000 unidades, tiene al sistema con un desequilibrio estructural, y ante el cual aún se esperan medidas concretas para hacerle frente a problemáticas basales, como lo es la dificultad para el acceso a un crédito con una institución financiera.
Ahora bien, además de este primer factor del cual se ha hablado largo y tendido, existe un fenómeno que se podría calificar de “revolucionario”, y es el cambio en la mentalidad generacional. Los jóvenes de hoy presentan un comportamiento radicalmente distinto al de sus padres en términos de arraigo y permanencia, lo cual se puede observar tanto en su comportamiento en la vida laboral (con estadías poco prolongadas en empresas), lo cual se traspasa también, al ámbito de la vivienda.
Las nuevas generaciones valoran la movilidad y la flexibilidad por encima de la estabilidad tradicional. Sus “costos emocionales de salida” son significativamente más bajos; es decir, la decisión de mudarse de barrio, ciudad o -incluso- de país no representa para ellos el desgarro que significaba para sus padres. En este contexto, el arriendo no es una resignación ante no poder comprar, sino que una opción consciente donde se privilegia la movilidad versus la posesión.
El tercer pilar, es lo que ocurre con los movimientos del mercado ante las necesidades actuales. Los desarrolladores inmobiliarios han captado esta nueva demanda y están creando productos específicamente diseñados para satisfacerla, con conceptos como los multifamily que se han expandido con propuestas que ofrecen departamentos más compactos, pero ubicados estratégicamente cerca de transporte público, zonas comerciales, universidades y parques, con ecosistemas habitacionales que incluyen gimnasios, espacios de coworking, lavanderías comunitarias, quinchos y zonas gourmet, lo cual es muy apreciado por muchos arrendatarios actuales.
Es revelador observar eso sí, cómo es que algunos jóvenes inversionistas están optando por comprar propiedades como inversión, pero no para habitarlas, sino para obtener rentabilidad, mientras ellos mismos viven en arriendos que satisfacen mejor sus necesidades inmediatas de ubicación y servicios.
Actualmente, las familias son cada vez menos numerosas, lo que reduce la necesidad de espacios amplios y refuerza la preferencia por ubicaciones privilegiadas sobre metros cuadrados. El envejecimiento poblacional anticipa un futuro similar al de ciertos países europeos y ciudades estadounidenses, donde el arriendo es predominante incluso entre personas con capacidad adquisitiva.
En esta configuración, el arriendo dejó de ser visto como una pérdida de dinero, sino que como una alternativa legítima para experimentar distintas formas de vida urbana en libertad.