
Por: Ignacio del Río, CEO de Legria.
Algo está cambiando en la forma en que pensamos las segundas viviendas. Es un cambio de fondo que tiene que ver con cómo vivimos, viajamos y descansamos. Por años tener una segunda casa fue un símbolo de logros que se manifestaba en una propiedad en la playa, o en el sur o en el lago, que muchas veces pasaba más cerrada que habitada. Un lujo reservado para pocos, con costos altos, uso esporádico y una carga de administración que no siempre compensaba la experiencia.
Pero esa lógica ya no calza con lo que muchas personas están buscando. Gente que quiere escaparse unos días, reconectar con la naturaleza y descansar con los suyos… pero sin tener que hacerse cargo de una casa completa que usarán solo un par de semanas al año.
Yo mismo crecí con la idea de que tener una segunda casa era una meta, pero hoy más que acumular propiedades, me hace más sentido poder acceder a los espacios que necesito, cuando los necesito y sin cargas innecesarias. Esa lógica de propiedad absoluta, en muchos casos, ya no conversa con cómo vivimos hoy.
Lo cierto es que el mercado de las segundas viviendas ha sido un espacio desatendido por años. Por un lado, surgieron múltiples plataformas de arriendo vacacional, que permiten una experiencia flexible, pero impersonal y cada vez más costosa. Por otro lado, está el salto directo a la compra de una segunda vivienda, lo que significa una inversión muy alta, con gastos continuos que en promedio ocupa menos del 20% del tiempo.
Entre esos dos extremos, no había nada. Era una ecuación binaria que no reflejaba la diversidad de nuevas formas de habitar. Ante ese vacío, aparece el modelo de copropiedad fraccionada que no se trata de replicar la antigua experiencia del tiempo compartido, que dejó una mala impresión en la memoria colectiva. Se trata de transformar ese océano intermedio en una alternativa premium, eficiente, diseño de alto estándar y con un modelo de uso transparente y garantizado.
El informe The State of Tourism and Hospitality 2024 de McKinsey afirma que el 75% del gasto turístico en la actualidad se concentra en viajes dentro del propio país. La lógica cambió. Ya no se trata de ir lejos, sino de ir bien. De hacerlo simple. De tener acceso sin tener que asumir todo.
Lo interesante es que este cambio no es solo inmobiliario, es cultural. Hoy, el lujo no está en poseer algo al 100%, sino en poder disfrutarlo cuando se necesita, sin fricciones. El acceso vale más que la propiedad absoluta y eso es parte de una mirada más moderna, más consciente.
El desafío ahora es que este modelo se entienda bien, sin prejuicios. Que más personas puedan optar a este tipo de descanso sin tener que hipotecar su tranquilidad. Porque el futuro del descanso —y del habitar vacacional— probablemente será así: más compartido, más flexible y mucho más pensado.