
Por: Álvaro Ricardi Mac-Evoy, Socio Fundador SPM Administración y Organizador ExpoCondominios.
En las últimas semanas hemos sido testigos de hechos inaceptables: una administradora agredida física y psicológicamente por un residente. Lamentablemente, no se trata de un caso aislado. En el mundo de la administración de edificios, este tipo de violencia —normalizada bajo la excusa del “mal servicio”— se ha vuelto cada día en más frecuente.
Vivimos en una sociedad cada vez más irritable, donde la rabia se impone a la empatía, y quienes estamos en la primera línea de la gestión comunitaria, somos un blanco fácil. Somos quienes damos la cara cuando el ascensor falla, cuando suben los gastos comunes o cuando una norma no se cumple. Siempre es más sencillo culpar al administrador que entender la complejidad del sistema.
A esto se suma el trato denigrante que reciben conserjes, personal de aseo o mantenimiento. En edificios donde todos creen ser tus jefes, la relación laboral y humana, se desdibuja y quedamos a merced de criterios ajenos.
Claro, hoy contamos con la Ley Karin, sin embargo esta normativa no nos protege del todo, pues no existe una relación laboral directa entre residentes y administradores o conserjes, por lo que los abusos quedan fuera del marco sancionador. En la práctica, sólo nos queda la justicia ordinaria, y mientras tanto, seguimos trabajando en el mismo lugar en que habita el agresor.
Aún más: si el agresor es dueño de su unidad, la ley lo protege con el derecho a la propiedad, pero ¿quién protege al administrador o trabajador expuesto? Para quienes gestionan una o dos comunidades, simplemente “dejar al cliente” no es opción.
Este escenario nos invita a una reflexión mayor. Necesitamos comenzar a educar a las comunidades desde el inicio. Fomentar la buena convivencia no es solo una campaña de afiches en el ascensor, debe estar incluída dentro de las normas laborales en la política pública. Las municipalidades, los comités de administración y los gremios, debemos articular programas que promuevan el buen vivir.
Propongo pensar la copropiedad como una micro sociedad. Donde un residente feliz, respetado y consciente de su entorno, no solo será mejor vecino, será un mejor pasajero del metro, un mejor conductor y quizás una mejor persona. Al final, vivir bien en comunidad no es un lujo, Es una necesidad.