Hasta hace algunos días el reporte de incendios forestales para el 2024 según Conaf era de 75 bosques, con 1841.56 ha de superficie afectada, sin contar las diez hectáreas damnificadas que amenazan las viviendas en Yumbel. Un panorama lamentablemente pero nada sorpresivo, ya que todos los años por esta fecha los incendios forestales arrasaran con todo a su paso, dejando a miles de familias sin hogar y afectando severamente la superficie.
Los impactos de cada siniestro van a depender de muchos factores, entre estos, la intensidad, recurrencia y duración. Según la convulsión, los efectos pueden ser tanto directos como indirectos. Los directos hacen relación a la pérdida de vegetación así como de animales, vidas humanas, pérdidas de viviendas y la degradación del suelo; en cambio los indirectos, pueden variar entre la erosión del suelo, contaminación del agua y deslizamientos de tierra.
Dentro de las indirectas, también están el no menor impacto social y económico, ya que el sector forestal nacional provee a más de ciento veinte mil empleos directos, por lo que repercute en el PIB nacional, sin contar de cómo repercute en el sector de la construcción respecto a lo que es la materia prima y a la capacidad que tiene el rubro para dar trabajo cada vez que se siente golpeado con las alzas en el material.
Por su parte, los efectos en el terreno son multidimensionales y dependerán de la topografía, de la intensidad del proceso en que se va perdiendo la capa superficial del suelo, así como de la recurrencia y de la tasa de regeneración de la cubierta vegetal post-incendio, como de la intensidad y duración del fuego. Todos estos efectos influyen posteriormente en el impacto de las propiedades y productividad del suelo.
Abarca mucho, sin duda, y la labor que hace Sernapred es clave y destaca la misión en la que se ha abocado hace algunos años de crear conciencia y difundir la información de manera más efectiva, seguimos cuestionándonos: ¿serán suficientes los esfuerzos y las políticas públicas vigentes?…
Si bien somos conscientes que la labor de revertir este loop que revivimos cada año recae en todos, donde el Estado es el encargado de fijar los límites seguros para el desarrollo de esta actividad económica, así como quienes controlan los monocultivos forestales son los responsables en la mitigación, prevención y combate de estos incendios, aún queda mucho en materia de detección e innovación que no se ha abordado o no se ha logrado llegar.
¿Por qué no se ha creado un sistema de emergencia y respuesta de América Latina, similar a los programas que existen en la Unión Europea? Son muchas las interrogantes que no encuentran respuestas y que de cara a los embates propios del cambio climático, siguen incrementando la vulnerabilidad de los territorios y a las familias que viven en ellos.
¿Será una posible respuesta el cambiar el modelo de la industria forestal?, ya que al ser Chile el segundo productor de celulosa en Latinoamérica, ha tenido que generar más de tres millones de hectáreas de monocultivos de pino y eucalipto, un plan que pareciera ser “pan para hoy y hambre para mañana”, porque las consecuencias ambientales bajo las condiciones reales de escasez hídrica, la calidad del suelo y la propagación de incendios, sólo ha logrado perpetuar estas catástrofes estival.
No lo sabemos, pero lo que sí estamos seguros, es que necesitamos llegar a soluciones que resuelvan el número de incendios a corto plazo, pero que sepan ser sostenibles para todos los afectados.
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