
Por: Dr. Lorenzo Reyes Bozo, Decano Facultad de Ingeniería y Negocios Universidad de Las Américas
Desde que se firmó el Acuerdo de París en 2015, el mundo ha presenciado una sucesión de cumbres climáticas que, año tras año, han reforzado narrativas ambiciosas: limitar el calentamiento global a un máximo de 1,5°C respecto de la era preindustrial; alcanzar cero emisiones netas de gases de efecto invernadero a mitad de siglo; movilizar miles de millones de dólares para adaptación al cambio climático, recuperando las pérdidas y daños causados por distintos eventos.
Pero, más allá de los titulares y las palabras diplomáticas cuidadosamente negociadas, una pregunta persiste: ¿realmente están funcionando estos acuerdos? La evidencia sugiere una respuesta incómoda. A nivel técnico, las COP (Conferencia de las Partes), han cumplido muchas de sus metas: se construyó un andamiaje reglamentario robusto, se operacionalizaron mecanismos como el Artículo 6 (mercados de carbono) y se formalizó un fondo de pérdidas y daños ante desastres climáticos extremos.
En otras palabras, la arquitectura climática internacional se ha perfeccionado. Sin embargo, la efectividad real de estos acuerdos —su capacidad de transformar promesas en reducción de emisiones y resiliencia—, sigue siendo limitada. El balance es claro y poco alentador, ya que a pesar de casi una década de conferencias desde París, las emisiones globales continúan en aumento.
El mundo no está encaminado a 1,5°C. Las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) actuales, incluso si se implementan en su totalidad, nos llevan a un calentamiento cercano a los 2,5 – 2,9°C. Las metas de financiamiento climático se han cumplido con retrasos y todavía sin la escala transformadora que los países en desarrollo necesitan. La transición energética global —aunque en marcha— avanza demasiado lento frente a la urgencia de la crisis climática actual.
La COP28 en Dubái dejó una señal alentadora al reconocer, por primera vez, la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles. Pero sin mecanismos vinculantes, plazos claros ni sanciones por incumplimiento, todo dependerá de la voluntad política de los países. Y esa disposición ha demostrado ser frágil ante presiones económicas, conflictos geopolíticos o intereses corporativos.
Por lo tanto, las COP han sido exitosas en crear el lenguaje y los instrumentos del cambio climático, pero han fallado en desencadenar la acción transformadora que exige la ciencia. Lo que se necesita ahora no son más promesas cuidadosamente redactadas, sino voluntad política, coherencia con los compromisos asumidos y, sobre todo, un sentido de urgencia que aún parece ausente en muchas capitales del mundo. Con ello: ¿qué podemos esperar de la COP 30 que se realiza en Brasil?