Por: Carola Naranjo Inostroza, Psicóloga y Antropóloga; Directora Nacional Dirección de género, equidad e inclusión de la Universidad La República; Socia fundadora Consultora Etnográfica.
Desde el primer día que las mujeres pisan un yacimiento minero o una obra en construcción, saben que su presencia es un desafío a la norma, y no a cualquier norma, sino ni más ni menos a la división sexual del trabajo, a los prejuicios, estigmas y estereotipos de género que están a la base de la exclusión de lo femenino de los espacios que tradicionalmente sólo han sido ocupados por hombres.
Hablamos de una participación femenina en minería que es de un 12,7%, mientras que en la construcción es de un 8,7% (Encuesta ENE, cuarto trimestre 2022, INE). Se sabe que tanto en la minería como en la construcción han sido históricamente dominios masculinos, no sólo en el número de botas sobre el terreno, sino también en la cultura y las estructuras de poder que definen estos sectores.
Por lo mismo, las mujeres al iniciar su experiencia laboral en estas áreas se encuentran con los prejuicios habituales, que van desde la incredulidad de sus habilidades hasta la subestimación de la resistencia física y capacidades profesionales. Por ende, es importante comprender que esto no debe verse nunca más como un reto individual para las mujeres, sino que es un sistema completo que es desigual, excluyente, discriminador y, hay que decirlo, también violento.
Entonces ¿cómo podríamos cambiar el sistema? ¿Cómo podríamos introducir prácticas que no solo permitieran la inserción de más mujeres, sino que también garantizaran su permanencia y desarrollo? Hay que comenzar por implementar buenas prácticas con la sensibilización y la educación.
Así, desde mi rol me he esforzado por abrir canales de diálogo y formación que aborden desde esquemas mentales instalados en el inconsciente, hasta los sesgos conscientes, instalando la importancia de la diversidad y la inclusión en el lugar de trabajo.
Una de las iniciativas más importantes ha sido la creación de programas de mentoría dirigidos a mujeres, ofreciéndoles guía y apoyo de aquellos/as que han escalado ya las laderas empinadas de estas industrias. Asimismo, fomentar la formación de redes de mujeres dentro de la empresa, generando espacios seguros para compartir experiencias, éxitos y estrategias para superar obstáculos.
La adopción de políticas de inclusión que contemplen necesidades específicas de las mujeres, como uniformes y equipo de protección adecuados, instalaciones sanitarias seguras y accesibles, y prácticas laborales flexibles para equilibrar la vida laboral, personal y familiar, son fundamentales para demostrar el compromiso de la empresa con la inclusión.
Es crucial establecer métricas claras para evaluar el avance de la igualdad de género y su progreso en la inclusión de las mujeres y asegurándonos a la vez que la alta gerencia o dirección de la empresa, sean responsables de alcanzar estos objetivos cuantificables de género. No se trataba simplemente de cumplir con cuotas, sino también de crear un ambiente en el que las mujeres no sólo pudieran ingresar, sino prosperar y liderar.
A pesar de los avances, la batalla está lejos de ganar. La retención sigue siendo un desafío y las brechas de género en liderazgo y remuneración son persistentes. Sin embargo, cada mujer que se siente empoderada en su trabajo y cada cambio de política que apoya este empoderamiento es un paso adelante.
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