
Los diez años de litigio que han pasado para la orden de demolición del polémico Punta Piqueros, por no ajustarse al plan regulador comunal ni contar con el permiso municipal, deja varias emociones encontradas y un par de análisis a considerar.
Y es que la demolición del edificio construido sobre las rocas entre Reñaca y Concón, da cuenta del alto precio de no contar con una Ley de Costas y tener un caduco Plano Regulador, ya que este es sólo uno más de los proyectos que responden a los claros conflictos de interés, donde no se han considerado ni las consecuencias en temas de ecosistema y cambios climáticos, ni el significativo costo fiscal, ni el patrimonio natural, ni mucho menos, la planificación de la ciudad.
Es cierto que nunca debió construirse en nuestras costas, como muchos otros ejemplos, que sí o sí, no estuvieron bien planificados por lo que serán afectados por una creciente erosión que se irá duplicando en las playas nacionales, menoscabando la seguridad de las personas expuestas a las marejadas por habitar en zonas de alto riesgo, además de la afectación en el territorio mismo. Empero, el punto aquí es que hay que saber perder y replantearse para revertir los errores que ya están demasiado avanzados.
Con esto, nos cuestionamos respecto a si es menester de la institucionalidad poder negociar con los privados para poder reconvertir el uso residencial de estos “elefantes blancos”, como lo bautizó en una columna de opinión en este mismo sitio, Patricio Herman, refiriéndose a construcciones costosas que no logran llegar a cumplir con su cometido original.
Sabemos que actualmente se está desarrollando la implementación de una nueva política que considera un enfoque ecosistémico, para considerar estos espacios como una zona y no como un borde, pero aún falta trabajar en una Ley de Costas que establezca el dominio público de la zona costera para hacerse cargo de su conservación como patrimonio natural. Igualmente necesitamos Planes Reguladores Comunales actualizados, que puedan regular más allá de lo político, los territorios de manera consciente y sin artilugios que se presten para conflictos de interés.
Por lo mismo, ¿cómo solucionamos cuándo ya existe una construcción levantada que no logrará llegar a ser utilizada para su uso original?; ¿Será una respuesta reconvertir la propiedad a un comodato para que el municipio participe de las utilidades de futuras ganancias de Punta Piqueros, como un socio más?.
Y es que la ocupación no sustentable de nuestras costas y, en general, los proyectos que no se asumen como una pieza más a construir para la finalidad de una ciudad, de manera integral, cargan per sé, con lo que podríamos entender como una “ crónica de muerte anunciada”.
Por tanto, necesitamos mayor participación ciudadana, que permita mirar desde lo particular a lo macro, para que ni por fenómenos como el cambio climático, ni por las faltas como serían el no preservar nuestros ecosistemas para un futuro próximo o el no estimar las transformaciones socio-territoriales, sean errores se vuelvan a repetir. Abordemos las causas desde los mínimos comunes que así avanzamos más rápido, y si hay algo con lo que todos podríamos comulgar, es en que el sueño de una ciudad tal como el sueño de una casa propia, haría la calidad de vida de todos, mucho más amable.
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